diciembre 2022

Día 33: De Coyhaique a Puerto Guadal

Después de una semana de trabajo en Coyhaique, retomamos el viaje rumbo a Puerto Guadal, es decir, repetimos la ruta que va de Coyhaique a Puerto Tranquilo y desde allí, todo es nuevo.
El día nos acompañó: sacamos las mejores fotos del Cerro Castillo, con un sol radiante y el cielo despejado. Aunque ya habíamos parado antes en esta misma ruta a sacar un montón de fotos, tuvimos que parar de nuevo. Es que la luz todo lo cambia.
Para comer, reservamos de nuevo en el Tropero de Bahía Murta, así que paramos allí para comer de nuevo corderito al horno. Creo que les caímos bien la primera vez y quisieron agasajarnos con las piezas del cordero más grandes que encontraron. No se acababa nunca. Delicious.
Esta vez vimos algo diferente en Puerto Tranquilo. Nos estacionamos casi en la entrada del pueblo porque vimos una indicación para ir al muelle. Dudamos un poco porque por todas partes se ven letreros de “Propiedad Privada” pero no tenía sentido que un muelle (público) no tuviera un acceso abierto. El caso es que efectivamente, el camino es público, pero no lo parece. Esta es uno de los detallitos que no me han gustado nada de esta parte de la Patagonia: todo es privado y pobre del que ose a traspasar el terreno de otro. No es que vayamos por la vida invadiendo propiedad ajena, pero es que llega al ridículo. En fin, este es Chile.
Seguimos hacia Puerto Guadal fijándonos bien en las indicaciones del blog que revisó Javi sobre la excursión al Glaciar Los Leones (que no íbamos a visitar en todo caso, pero queríamos ver si la información era correcta). Se suponía que el comienzo de la excursión quedaba a 15 minutos de Pto Tranquilo, pero resultó estar más bien a medio camino de los dos pueblos (es decir, a unos 40 minutos de cada uno).
El camino nos sorprendió: encontramos unas vistas al lago General Carrera impresionantes y además el ripio estaba en mucho mejor condición que el tramo anterior. Paramos un par de veces a sacar fotos y llegamos a un cruce: a la izquierda, Puerto Guadal en dirección a Chile Chico, a la derecha, Puerto Bertrand en dirección a Cochrane. Tomamos la izquierda y en 15 minutos estábamos llegando a la cabaña, casi al final del pueblo.

Día 27: Cumpleaños de Javi y vuelta a Coyhaique

Javi no se acuerda cómo celebró su cumpleaños 40. Pero el 50 no lo va a olvidar.

Salimos temprano de Puerto Tranquilo (08:00), teníamos que llegar a las 13:00 a Coyhaique para comprar algunas cositas para el cumple y luego irnos donde la Carlita. Queríamos ir con tiempo por si acaso parábamos mucho en el camino a sacar fotos. Pero no paramos mucho: llovía y el camino estaba muy malo. Eso sí, unos ganaderos pasaron y fue lindo ver las vaquitas pasar por el camino.

Pasamos a buscar la torta a Campo y Hielo y aproveché de comprar unos alfajores de nuez que me tincaron. Error. Ahora tendré que volver a Coyhaique todos los años, pero qué cosa más deliciosa. Hicimos una primera visita al Hiperpatagónico y enfilamos hacia la casa de los chicos.

Nada más entrar nos saluda Truquito, un gran danés que daban ganas de abrazar. Al entrar en la cocina nos encontramos con la maravilla: un corderito asándose lentamente al palo, al palo!! Se me salía la lágrima. Marco se pasó, es lo máximo.

Con las niñas nos fuimos a copuchar y preparar las ensaladas a la cocina mientras los niños observaban atentamente el proceso del corderito (chilean style). No puedo explicar lo rico que estaba ese plato. Demasiado bueno.

La tertulia duró hasta las 23:00, no sé cuántas botellas de vino cayeron (todo el mundo sabe que cuando se come cordero se debe beber vino) y nos quedamos en la casa de los chicos. Fue lindo. Gracias Carlita y Marco, son de lo mejor que nos ha pasado en este viaje.

Día 26: Laguna San Rafael

Ya habíamos estado en la laguna San Rafael con Ángel y Amparo en 2014 y en esa oportunidad me había parecido un robo lo que nos cobraban por llevarnos en una lanchita que ni siquiera se acercaba mucho al glaciar, pero esta vez, como íbamos con Tania y Alejandro, queríamos darle una segunda oportunidad a otro de los highlights del viaje. Contratamos con una agencia y teníamos que estar a las 5.50 am en la costanera para irnos en caravana.

Dos horas después estábamos en Bahía Exploradores, que ha cambiado bastante en estos 8 años: su muelle está bastante nuevo y se veían varias embarcaciones medianas que harían la misma excursión que nosotros. Por fuera, nuestro barco se veía grande – o al menos más grande que el del 2014 – pero estaba equivocada: íbamos como en una micro pequeña unas 12 -14 personas en total. La excursión incluía desayuno, almuerzo y un whisky con hielo milenario, todo lo cual suena muy bien, pero era bien regulero al final. En fin, no quedé contenta con la calidad del servicio de 99% Aventura, pero la molestia se compensó al llegar al glaciar: como fuimos tan temprano, éramos el único barco alrededor. Casi no había témpanos flotando, a diferencia de la primera vez, lo que significaba que podíamos acercarnos más al glaciar. Y no llovía. Así que por suerte el tiempo nos acompañó y pudimos disfrutar de vistas despejadas al glaciar.

Llegamos de vuelta a eso de las 16.00 a la cabaña y por la noche repetimos cena en Casa Bruja. Al día siguiente tocaba volver a Coyhaique y celebrar los 50 de Javi con la Carlita y Marco.

Día 25: Glaciar exploradores

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La excursión al glaciar Exploradores estaba en nuestra lista de destacados del viaje, así que las expectactivas al comenzar el día eran muy altas. Yo ya había hecho escalada en hielo en Islandia y me habían quedado ganas de hacerlo todos los días de mi vida, así que más presión todavía para que el día saliera bien.

Salimos a las 7 de la mañana de Bahía Murta a Puerto Río Tranquilo, donde teníamos que estar a las 8 para comenzar la excursión. La agencia que contratamos (Latitud 47) era, de casualidad, de la misma persona que nos alquiló la cabaña (Coni) y su pareja, Eugenio, era el guía.

Pasadas las 8 partimos hacia Bahía Exploradores. Eugenio es un guía nacido y criado en la zona y nos contó un montón de cosas sobre el pueblo, su abuelo colono, los cementerios familiares, los cambios de la zona en los últimos años. Se se notaba el amor por su tierra y por la naturaleza. Además, como llevaba unos 15 años yendo casi a diario al glaciar (en temporada alta) se conocía el camino de memoria y fue una experiencia añadida al tour el rally por el que nos llevó por el ripio patagónico. Volamos sobre los hoyos y las piedras, creo que nunca bajó de 70. Tremendo.

En fin. Tras hora y media llegamos a la entrada de la reserva de la Conaf, nos pusimos el casco y cogimos las polainas y los crampones que usaríamos en el hielo. La caminata comenzaría a través del bosque, continuaría por una zona de morrenas, llegaríamos a la zona de hielo sucio y luego al hielo limpio. Unas 3 horas de caminata solo para llegar al hielo limpio.

El bosque era más bien una selva, súper frondosa, húmeda y siempreverde. Íbamos oliendo las plantas, probando calafates y algunas hojas tiernas de nalcas que Eugenio pelaba como un apio. Se me hizo corto y tremendamente hermoso ese tramo y de pronto se acabó el bosque, apareció una zona abierta, un paisaje de piedras y hielo. Al fondo se veía el glaciar.

Caminar en las morrenas no era tan fácil como parecía: debajo de las piedras había hielo sólido y por ello muchas piedras estaban sueltas, así que había que estar mirando al suelo todo el camino. No saqué muchas fotos de esa parte, estaba más preocupada de no caerme a una grieta que de inmortalizar el momento. Avanzamos poco a poco y notamos que las piedras se iban acabando y el hielo era más protagonista. Y las grietas. Cada vez más grietas de todos los tamaños, subidas y bajadas muy empinadas, tratando de controlar la caminata con los crampones. No es que estuviera asustada, pero de verdad que la mayor parte del camino era literalmente al borde de grietas de hielo donde no se veía el fondo.

Llegamos a la parte más limpia y ya estábamos mojados hasta el tuétano: además de que nos llovió, necesitábamos ir apoyándonos con las manos para avanzar, así que los guantes estaban empadados y cada cierto rato apretabas las manos para escurrirlos.

Caminamos más o menos hora y media por el hielo y debo decir que fue espectacular. Estaba un poco cansada (y como consecuencia, de mal genio), con la ropa estilando y pensando en que teníamos que desandar todo lo caminado a la vuelta, pero lo que estábamos viviendo era increíble. Hermoso, impactante. Nos hicimos muchas fotos en algunos de los agujeros más grandes, donde literalmente llovía por dentro.

La vuelta fue dura, estaba cansada de las piedras, la lluvia que iba y venía y de estar tan mojada. ¿Cómo era posible que todos nosotros, que nos habíamos comprado buenas parkas impermeables, estuviéramos mojados como pollos? El único seco del grupo era Eugenio, que llevaba una especie de capa de hule marca Patagonia. Nuestras Columbia, North Face y Decathlon eran pura caca.

Llegamos a la cabaña luego de parar un par de veces en el camino, pusimos toda la ropa a secar a la estufa y nos fuimos a comer a un lugar que nos recomendó Eugenio, Casa Bruja. Solo diré que repetimos al día siguiente. Exquisito. Todo estaba bueno, pero recomiendo en especial el Pulmay. En resumen: un día maravilloso e inolvidable.

Día 24: Cavernas y Capillas de Mármol – Puerto Sánchez

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Nos levantamos temprano para llegar a las 9:00 a Puerto Sánchez. Se suponía que tardaríamos unos 45 minutos, pero Tania Fittipaldi hizo el milagro y llegamos en 40 con varias paradas incluidas para sacar fotos a un arcoiris y a las vistas de los lagos. Tremendo el camino: solo ripio, vas 30% del tiempo al borde del precipicio donde solo cabe un auto. Por suerte ni nos cruzamos con nadie ni venía nadie detrás.

Esta es una de las excursiones que jamás habríamos hecho de no ser por la recomendación de personas que viven en la zona, en este caso, la Carlita y una amiga suya, que le dieron el dato a Tania.

Resulta que las famosas capillas/catedrales de mármol de Puerto Río Tranquilo no son las únicas de la zona: en el pueblo (o caserío, según nos explicaron luego) de Puerto Sánchez, hay otras cavernas más extensas que las de Tranquilo, pero completamente desconocidas para los forasteros. Nos dieron el dato de la agencia Cirviolet y reservamos con ellos el tour Full Premium, que incluía visitas a las cavernas de Puerto Tranquilo, explicación de la historia de la localidad, visita a la capilla y catedral de mármol de Puerto Tranquilo y luego una caminata por las cavernas de Puerto Sánchez. 3 horas en total por $37.000 por cabeza. ¡Súper mega ultra recomendable! En perspectiva ahora pienso que el tour que hicimos en 2014 en Puerto Tranquilo fue una auténtica estafa: nos llevó un chiquillo en una lancha, no nos explicó nada, nos metió dentro de la caverna, estuvimos 10 minutos y nos fuimos. Creo que en ese tiempo pagamos $25.000 por cabeza.

Después del tour, volvimos a Bahía Murta a comer cordero: habíamos reservado el día anterior en un restaurante que resultó estar a la vuelta de la cabaña, literalmente a un minuto caminando. Llegamos al restaurante Tropero donde nos atendieron Miguel y Soledad. Qué espectáculo de cordero: maravilloso. Nos lo dieron con papas cocidas, lechuga de la huerta de un vecino, una botella de vino tino (la única forma saludable de comer cordero) y un postre de arroz con leche o babarois. Todo ello por $20.000 por cabeza. Más encima, conversamos harto rato con Sole y Miguel, súper buena gente. Como estábamos tan contentos, reservamos también para cenar esa misma noche con ellos, en este caso un salmón al vapor. ¡Pero qué salmón! de-li-cio-so. Al final nos quedamos un montón de rato conversando con ellos, y con Javi quedamos en volver una vez que retomemos la ruta desde Coyhaique.

Había que levantarse temprano para llegar a Puerto Tranquilo a las 8:00 así que nos fuimos al sobre relativamente temprano y felices por el día que tuvimos.

Día 23: De Puerto Ingeniero Ibañez a Bahía Murta

Comenzamos el día tomando un desayuno muy rico, con pan amasado, paila de huevos, yogur, avena, café con leche y un kuchen de ciruelas hecho en casa. Muy recomendable el alojamiento de Cabañas Doña Leo, solo hay que tener presente (al igual que en todas las cabañas que hemos estado, con alguna excepción) que es mejor lavar los implementos de cocina antes de usarlos. Por si las moscas.

Teníamos que enfilar hacia Bahía Murta, a unas dos horas en auto en dirección este, pero primero había que echar gasolina. Como teníamos tiempo y ningún panorama específico, nos dimos una vuelta por el pueblo de Ingeniero Ibañez y tomamos las primeras fotos del día al lago y a unos mosaicos con los que habían hecho aves desde distintas perspectivas.

Según Google, no había ninguna gasolinera en el pueblo, pero no era viable que no hubiera: Coyhaique está a casi dos horas y en Villa Cerro Castillo tampoco hay ninguna. Así que preguntamos en el mismo restaurante que cenamos la noche anterior (donde nos cobraron $1000 por dos vasos de agua de la llave) y nos mandaron al lado, donde estaba escrito “bencina” con carbón en una tabla. El punto es que esa era la gasolinera del pueblo: un patio de campo, donde había un señor que parecía sacado de un album gaucho de los años 50 y que ante nuestra cara de incredulidad al ver la gasolinera (no veíamos ningún surtidor, ni medida de seguridad, nada) nos dijo muy antipático, que podíamos ir  Coyhaique a repostar. No nos quedó más remedio que caer en las garras del monopolio de la energía del pueblo. ¿Dónde tenía la bencina? En bidones de agua de 5 litros que había reciclado (en Chile al menos, está prohibido rellenar botellas de bencina, deben ser bidones homologados). Su filtro era un embudo con colador (tuvimos suerte, nos contaron que otros usaban panties) así que echamos 5 bidones y nos fuimos sintiéndonos más urbanitas y desconectados de la realidad que nunca.

De camino, visitamos el salto de Puerto Ibañez, que estaba a 100 mt de la cabaña, pero se nos pasó y nos tomó más de media hora llegar.

Decidimos que pararíamos en Villa Cerro Castillo para comer. La Carlita nos había dado el dato de un bus, tipo food truck que estaba muy bien, pero estaba cerrado, así que preguntamos a Google y a la dueña de un minimarket quienes nos enviaron a La Querencia. Comimos un sandwich cada uno es que estaba bastante regulero con un pan súper pesado.

Waze marcaba hora y media para llegar a Baía Murta y yo ya estaba preocupada porque no tenía la dirección de la cabaña que había reservado en Airbnb. Le escribí al dueño o dueña (usaba un seudónimo) para pedírsela y me dijo que en un rato me la enviaría. Pero luego de dos horas de camino, con una lluvia constante, frío, baches en el camino y ya entrando en el pueblo, me mandó una dirección y un audio. Solo queríamos una estufa y descansar, Tania manejó y también estaba cansada de lo malo que estaba el camino. Pero nos llevamos una sorpresa de las malas: la cabaña no era en absoluto como la describían en la aplicación. Se suponía que tendríamos dos dormitorios, dos baños y hasta una tinaja caliente en el patio. Llegamos más bien a una mediagua que estaba en construcción y donde podíamos escuchar las conversaciones de la casa de al lado. La dueña de la cabaña no aparecía y le dije a la persona que nos dio las llaves que no era aceptable y que no nos quedaríamos allí. A los pocos minutos, la dueña dio la cara y me explicó que tenía un problema porque la cabaña que nos había alquilado no estaba disponible todavía, que además ella se había equivocado en la publicación porque era nueva en Airbnb y que la había puesto demasiado barata por error, insinuando que nos estábamos aprovechando porque obviamente la cabaña estaba lejos del precio normal pero que como era su error “respetaba” el precio (dejándonos en una pocilga) si es que pasábamos una noche en ese lugar mientras se desocupaba y limpiaban la otra.

Me indigné. Le dije que era inaceptable, que podría haber cancelado la reserva, que podría haberme avisado antes de llegar para que yo tomara una decisión, pero que estuvo inubicable. Que si yo no hubiera reclamado, habría pasado como si nada. Me dijo que lo sentía mucho y que esperaba más empatía de género por la situación. Me indigné más. Empatía de género las pelotas.

Tomé unas fotos, llamé a Airbnb, hice la reclamación, me devolvieron el dinero, encontré otra cabaña por Booking y llegamos a ella todo en 15 minutos. Cabañas Kela, de la señora Lidia, que tiene un almacén al lado y que justo tenía disponible una de sus cabañas. Nos ayudó a poner fuego, preparamos una cena rápida de pasta con tomate y nos fuimos a dormir, que habría que levantarse temprano para ir a Puerto Sánchez.

Día 22: Cerro Castillo – Laguna de Cerro Castillo

Salimos de Puerto Aysén a Coyhaique temprano para recoger a Tania y comprar un cargador para mi PC. Llegamos allí poco después de las 09:00, recogimos a mi amiga donde el trabajo de la Carlita, compramos más agua y por suerte, en la tienda de electrónica quedaba el último cargador compatible con mi equipo. Partimos para Cerro Castillo como a las 10:00 con la idea de comenzar la excuersión tipo 11:30, casi al límite del horario de subida permitido, que eran las 12:00.
Fuimos los últimos del día en comenzar la excursión, a las 11:55. Según nos indicaron los guardas, la subida nos tomaría 4 horas y teníamos horario límite de bajada a las 16:00 así que, si todo salía bien, llegaríamos arriba, estaríamos 5 minutos contemplando/sacando fotos/ comiendo/descansando antes de comenzar el descenso. En total, 6,5 kilómetros con un desnivel de 1.100 metros.
Esta excursión, catalogada con dificultad media-alta, era uno de los hits del viaje. Javi y yo íbamos de buen ánimo y disposición, pero lo más probable era que subiéramos un poco y nos devolviéramos hasta donde nos diera el cuerpo.
Y por suerte, el cuerpo aguantó como un campeón y no solo ha sido la excursión más impresionante que hemos hecho en este viaje sino la subida a una montaña más exigente que hemos hecho en nuestras vidas.

Día 21: De la Junta a Queulat y Puerto Aysén

Otro día de diluvio, pero partimos igualmente con ánimos a Queulat, para ver uno de los grandes atractivos de este viaje: el ventisquero colgante. La Carlita nos había mandado un audio donde nos instaba a no desanimarnos por la lluvia, que no importaba todo lo que nos mojáramos por el impacto que nos pvovocarían las maravillas que íbamos a ver. Javi y yo ya habíamos estado en Queulat en 2014 y sabíamos a lo que íbamos, y para El Primo, era uno de los escenarios candidatos a un cuadro LX para poner en su casa, así que las expectativas no eran pocas. Pero la realidad fue muy otra.
Como decía, diluviaba. Y era lunes. Los lunes Queulat cierra y lo supimos al llegar allí luego de unas dos horas de viaje (con avistamiento de un delfín incluido en el paquete).
No hubo más remedio que avanzar al siguiente destino, Puerto Aysén, donde pasaríamos una noche antes de buscar a Tania. Y es aquí donde ocurrió lo mejor del día: Queulat no se limita al ventisquero y de camino a Puerto Aysén, a pesar de la niebla y lluvia, lo vimos. Tardamos el doble de lo experado por dos motivos: el camino de Queulat era principalmente ripio y con la lluvia se estaban desbordando unos canales y segundo, lo impresionante del paisaje, que nos hacía parar cada 5 minutos.
Lo otro bueno del día es que encontramos un sitio para comer en medio de la nada que estaba buenísimo: carne asada con papas, ensalada, helado y hasta un cortado de verdad. Nos atendieron dos mujeres en una hostería donde no había nadie más y nos centamos junto al fuego.
Llegamos a Puerto Aysén poco antes de las 20:00 y al bajar nos dimos cuenta de otro percance: mi cargador del PC no estaba. Crisis. Se había quedado en La Junta, a más de 4 horas de distancia.

Día 20: De Futaleufú a La Junta

Lluvia. Esa sería la actualización del día.

Día 19: Rafting en el Futaleufú y primer semi carrete del viaje

Nos apuntamos al rafting aun sabiendo que llovería, aunque por suerte las predicciones no se cumplieron y solo nos llovió un ratito mientras estábamos en el río sorteando rápidos.
La experiencia fue increible: el río estaba súper caudaloso y transparente y en las montañas había neblina, era como estar en una película.
Javi y El Primo nadaron en el río (Javi no lo pasó tan bien como El Primo, casi se lo lleva un rápido y tragó varias pintas de agua) y se tiraron de una roca de unos 3 mt de altura. Yo ni de broma lo habría hecho, entre el frío y los rápidos ya tenía mi dosis suficiente de emoción.
La excursión la hicimos con una agencia gestionada por una pareja chileno -australiana y los turistas eran todos extranjeros menos yo. En nuestro bote fuimos con una pareja de Suiza y un polaco-alemán, muy majos todos.
Uno de los guías nos contó que esa tarde habría una fiesta en Sur Andes, un bar del pueblo, y nos invitó a pasarnos por ahí a eso de las 8:30. Allí estábamos listos para el carrete pero no llegó nadie del grupo, aunque lo pasamos igualmente bien y comimos unas patatas bravas con mechada que estaba muy rico. Los chicos se habrían quedaro hasta más tarde, pero a mi me entró el sueño a eso de las 11 y nos fuimos a casa.

Día 18: De Chaitén a Futaleufú

Llegamos a Chaitén en la barcaza de Naviera Austral luego de 8 horas de navegación. Salió con dos horas de retraso y Javi estaba nervioso pensando que noa podían dejar abajo luego del día kk que habíamos tenido. Pero no, todo bien con la subida y como el barco no estaba lleno pudimos dormir tumbados cada uno sobre 3 asientos, así que ni tan mal. Eso sí, algunos pasajeros hablaban como si estuvieran en la vega, no les importaba nada que casi todos los demás estuviéramos intentando dormir.
En fin, llegamos a Chaitén con la idea de visitar el parqur Pumalín, hacer una excursión de hora y media y seguir ruta hacia Futaleufú. Pero no pudo ser: nos cayó el diluvio patagónico. Tremendo. Igualmente nos acercamos a Pumalín para ver si al menos podíamos visitar el centro de interpretación y de paso esperar que ocurriese un milagro y dejara de llover. Pero no había ni centro de interpretación ni nadie a quien preguntar. Así que seguimos hacia Futaleufú.
El camino de pavimento se acabó rápido porque para llegar a Futa hay que dejar la ruta 7 y tomar un camino de ripio hacia la cordillera. Deberíamos haber tardado 1:45 hr, pero paramos tantas veces a sacar fotos que al final nos tomó casi 4 horas llegar allí. La lluvia paró y vimos un paisaje maravilloso, entre montañas, niebla, ríos, lagos y bosques. Espectacular.
Llegamos a almorzar a eso de las 4:30 de la tarde, luego reservamos un rafting para el día siguiente y nos fuimos a la cabaña.
Futaleufú (Futa para los amigos) tiene mucho encanto, es mas grande y linda de lo que pensaba y tiene varios sitios para comer y salir.
La cabaña fue el punto más bajo: la más cara en la que nos hemos quedado hasta el momento (150 por noche) y de las peor equipadas y menos limpias. Pero es lo que hay: la relación calidad precio es mala por estos lados.
En resumen, un día que empezó mal, pero que avanzó maravillosamente con las vistas en el camino.

Día 17: De Hornopirén a Puerto Montt, día kk

No podíamos tener toodos los días buenos.

Este trayecto no estaba en los planes, pero nos quedamos sin cupo en la barcaza que debía llevarnos de Hornopirén a Caleta Gonzalo y Chaitén (pensamos que como no estamos en temporada alta, bastaba con comprar los tickets un par de días antes. Craso error). Por suerte había una alternativa: tomar una barcaza privada (Naviera Austral) desde Puerto Montt hasta Chaitén que hace este trayecto de noche (23:00) y tarda 9 horas. Así que partimos de vuelta hacia el norte.

Siguiendo la recomendación de la dueña de la cabaña, no nos fuimos todo el camino por la ruta 7 y tomamos la carretera de la costa, para ver otros pueblos. Aquí comenzaron los problemas. Al principio sí que la vista es linda, veíamos la cordillera de fondo con unos volcanes nevados y de frente el mar, con botes de pesca y hasta juegos infantiles. Hasta que se acabó el pavimento y la vista comenzó a ser la misma. Y por mucho rato. Además, había obras en la ruta que hicieron que nos demoráramos todavía más. Al final, salimos de Hornopirén a las 11 de la mañana y llegamos a Puerto Montt a las 4:20 de la tarde. Con hambre y calor. Para almorzar, se me ocurrió ir a Angelmó a comer salmón ahumado (ya habíamos estado alli y teníamos buenos recuerdos). Pues, aparte del acoso al que te someten los vendedores, me comí el peor salmón ahumado de la historia de la humanidad. Una porquería. Luego salimos a ver unos lobos marinos y no pudimos quedarnos por el olor a mierda que había en el muelle. Después dejamos el auto en el puerto y nos fuimos a buscar un café. Nada cerca. Caminamos como una hora y llegamos a un mall. Qué feo es Puerto Montt, al menos en esta parte que da al mar: sucio, triste, pobre, hediondo. En fin, como dije al principio, no todos los días pueden ser buenos y hoy ha sido kk.

Día 16: Lago Cabrera, Hornopirén

Primero, mención honrosa al escenario: nuestra cabaña de madera con chimenea estaba frente al mar. La vista del amanecer es her-mo-sa. Y fría.

Después de una mañana más de trabajo (desde las 6 hasta las 11) nos fuimos en auto camino al lago Cabrera. La dueña de la cabaña nos había dicho que llegaríamos a un punto donde nos daríamos cuenta de que era imposible seguir manejando y que desde allí habría que caminar. Eso hicimos. En teoría la excursión duraba 3 horas, pero en total fueron 2 horas de subida y otras 2 de bajada. La verdad es que no fue nada especial, el camino se hizo monótono y muy incómodo por las piedras y el barro. La laguna es linda, pero no más que otras que hemos visto y había nubes que cubrían la cordillera, así que en resúmen, fue un día de ejercicio y naturaleza, pero no de quedarse con la boca abierta de la emocion.

Me sorprendió eso sí Hornopirén: me lo imaginaba poco más grande que una caleta de pescadores y es bastante grande y agradable.

En los planes estaba también ir a unas termas, pero no nos dio tiempo.

Nota: no tiene que ver con el objetivo original del viaje, pero ha habido algo que me ha llamado mucho la atención y me ha hecho pensar en política. Hemos estado en lugares bien aislados del mundo, pueblitos muy mínimos donde no hay nada más que unas cuantas casas, una calle pavimentada y un almacén. Incluso en esos lugares, encontramos escuelas, oficinas de registro civil, postas rurales, sedes vecinales, cajas vecinas del Bancoestado, una plaza decente y cuidada y señales de tránsito modernas. En algunos pueblos hay incluso gimnasios, conexión 4G y hasta transporte escolar subvencionado. Y me ha dado mucho gusto verlo, ahí es donde uno se da cuenta de lo importante de lo público y de cómo tenemos que seguir por esa vía.